Llevo tocando el bajo desde el 2005. Siempre he tocado la guitarra, tenía un equipo de andar por casa, pero un compañero de la facultad que toca la batería tenía un grupo con dos guitarristas... El caso es que de "probar el bajo por un tiempo" me he convertido en un enamorado del instrumento, desde el momento en que dimos nuestro primer directo.
El tiempo ha transcurrido y mi amigo se ha descubierto como un perfecto cretino, pero ahora no viene al caso contaros su vida y milagros. La cuestión es que, por sus tejemanejes, el grupo me pide unas horas de ensayo que mi mujer no comparte ni entiende. No es nada del otro mundo, la verdad, pero lo cierto es que a ella no le gusta ni un pelo el batería y está muy cansada de su caradurismo.
En conclusión, a la ardua tarea de compatibilizar la vida familiar con este hobby, más o menos exigente de por sí, me encuentro con que mis compañeros se enfadan porque creen que ensayo pocas horas, y cuando llego a casa (me voy del ensayo el primero) me encuentro bronca por llegar tan tarde.
Me considero una buena persona, y siempre he dirigido mi vida bajo la máxima "trata a los demás como te gustaria que te tratasen a tí mismo", intento ser justo y pragmático y hacer por los demás todo lo que está en mi mano, dentro de un orden. Pero hoy me encuentro arrollado por la cruda realidad que hasta ahora me he negado a ver, y es que aquí todo el mundo va a lo suyo, y que o dejo la música, o sigo con el grupo pero me divorcio de mi mujer, o me busco otro grupo.
Será la tercera de las opciones la que seguramente coja, pero con hondo pesar y con sabor a fracaso en la boca, y con la pereza y el miedo que supone empezar desde cero con otra gente a la que no conozco de nada.
Qué chungos son estos días en los que la vida te pasa por encima.

Gracias por soportar que os cuente mis penas